Hablemos del merengue, ese que bailamos los dominicanos desde que nacemos, que pone ritmo a los sentimientos de nuestro pueblo, que a veces es más protagonista de las campañas políticas que los mismos candidatos y que acaba de ser declarado patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
El merengue es tan propio de Quisqueya, que hasta el alto nivel de sincretismo lo hereda del pueblo dominicano. La mezcla de culturas se hace evidente en la ingeniosa forma de combinar los instrumentos, en las distintas variaciones que van desde el más purista y ralentizado ‘merengue clásico’ hasta el casi divorciado ‘merengue de calle’ con sus violentos incrementos en la velocidad de ejecución.
Sus antecedentes se sitúan en la contradanza europea, impuesta bajo el yugo de la conquista y poco a poco moldeada por las raíces negras del nuevo mundo. Así se fueron creando géneros musicales con tendencias afro-criollas, entre ellos la UPA Habanera y, posteriormente, el merengue dominicano. Su origen es anterior a 1850 pues desde esta fecha se hace mención bibliográfica de su nombre y referencias a su práctica. A partir de entonces su popularidad ha ido ‘in crescendo' y su presencia se ha vuelto casi imprescindible en las ocasiones festivas y conmemorativas de la sociedad dominicana, caribeña y latinoamericana.
En su formato más extendido el merengue se ejecuta a un ritmo de 4/4 y su composición suele ser caracterizada por una introducción lenta, seguida por un incremento en la velocidad para el desarrollo de la temática y un cierre llamado ‘jaleo’. Pero sus variantes incluyen improvisaciones, cambios en el ritmo y aumento del número y protagonismo de los instrumentos que lo componen. Sobre éstos, al igual que su pueblo, este ritmo evolucionó con el tiempo y ha mantenido, en sentido general, tres instrumentos constantes: la güira, el acordeón y la tambora. Las versiones más modernas incluyen, además, otros instrumentos de viento y de percusión como complemento a los anteriormente mencionados.
Su coreografía conlleva el entrelazado y desplazamiento del hombre y la mujer acompañados por vueltas y, a veces, creación de figuras o adornos con pies y manos. Bailado en prácticamente todo momento, el merengue ha sido incluso utilizado para comunicarle al pueblo temas políticos e inducirle a formar parte activa de la sociedad del consumo con ejemplos tan claros como los usos dados por el dictador Rafael Leonidas Trujillo hasta las infinitas pautas publicitarias que se valen del mismo para intentar vender, desde productos hasta sueños, a través de este melódico canal.
Marca rítmica e ícono de la identidad nacional dominicana, al merengue se le reconoció su valor local al declarar por decreto presidencial en el año 2005, el 26 de noviembre como ‘Día Nacional del Merengue’. Pero la trascendencia de este ritmo no se quedó en sus propias aguas y, a partir del 28 de noviembre del 2016, el merengue logró cruzar la más difícil frontera y llegó a formar parte de la selecta lista de “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad” de la UNESCO.
Nacido, criado y gozado en la República Dominicana, ahora el merengue es de todo aquel que desee dejarse contagiar por la alegría que caracteriza a nuestro pueblo y que se evidencia innegablemente en ese, nuestro ritmo.